David era el mayor de nuestros seis hijos y su muerte nos dejó -como familia- completamente destrozados. Fue una muerte repentina, imprevista e inesperada, como suelen ser todos los accidentes, y devastadora, ya que ningún padre está preparado para enterrar a su hijo. No existen palabras para describir el dolor que sentí a partir del instante en el que me comunicaron que habían hallado su cuerpo, tras largas y angustiosas horas de búsqueda, frente a la Isla de Es Vedrá, en Ibiza.
El recuerdo más nítido que tengo de aquellos momentos y de los días y semanas siguientes, es el de haber vivido bajo una densa niebla. Veía sin ver. Como si una mano invisible hubiera desconectado el interruptor de la vida y esta se hubiera detenido.
Todo transcurría lentamente, mis movimientos eran muy torpes y pausados y cualquier esfuerzo por insignificante que fuera me resultaba agotador: salir de la cama, ducharme, vestirme, e incluso llevarme la comida a la boca. Nada parecía real, creía que en cualquier momento despertaría y todo volvería a la normalidad, y es que no podía ser cierto que David hubiera muerto, que ya no estuviera con nosotros, que tuviéramos que ocuparnos de su funeral, de elegir el ataúd en el que le íbamos a enterrar, de la música que debía sonar, de las flores que íbamos a depositar o del anuncio que tendrían que publicar en el diario local. Pero sobre todo, no conseguía pronunciar estas tres palabras: “David ha muerto”. Imaginaba que mientras éstas no fueran pronunciadas, nada de lo que estaba ocurriendo ocurriría de verdad.
Estaba, estábamos, lo que se dice comúnmente, en estado de shock. Pero gracias a eso, como pude descubrir más tarde, lográbamos desenvolvernos, aunque lo hiciéramos como autómatas, afrontando así los primeros días en los que había que tomar muchas decisiones y recibir a una gran cantidad de familiares y amigos que llegaban desde diferentes lugares para acompañarnos en esos trágicos momentos de nuestra vida.
La fe me sostuvo pero no me libró de atravesar el duelo
Las personas tienen reacciones muy variadas frente a la muerte. Mientras que unas se cuestionan sus creencias y se sienten muy decepcionadas con su fe, otras descubren que ésta es más fuerte que nunca. Pero el duelo, sean cuales sean las creencias o la ausencia de las mismas, es la reacción emocional, física y espiritual en respuesta a la muerte o a una pérdida. Es un proceso de adaptación que permite restablecer el equilibrio personal y familiar, roto con la muerte del ser querido.
El tiempo no lo cura todo, es lo que hacemos “con el tiempo,” y “las tareas” que hacemos en este tiempo. Yo inicié mi duelo inconscientemente y desconociendo casi por completo el camino que tendría que recorrer, a pesar de haber perdido anteriormente a mis dos hermanos pequeños y a mi padre, lo que por supuesto me produjo una inmensa tristeza. Pero esta pérdida era diferente, era mi hijo el que había fallecido y yo tenía roto el corazón. Lloraba y lloraba rogándole a Dios que arrancara de mí ese enorme dolor que nunca me abandonaba. Le suplicaba noche y día que me diera fuerzas para afrontar su pérdida y para seguir ocupándome del resto de mi familia, ya que las fuerzas me habían abandonado por completo.
¿Es posible recuperarse después de la pérdida de un ser querido?
Puede parecer imposible recuperarse después de perder a un ser querido. Pero lo cierto es que la aflicción mejora gradualmente y se vuelve menos intensa con el tiempo. Aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente y recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo, eso cura la herida con el tiempo.
Tal vez, saber algunas de las cosas que podía esperar durante el proceso de duelo me habrían ayudado a “normalizar” la variedad de emociones y sentimientos que me confundían. Me habría gustado compartir con otras madres los síntomas y trastornos que padecía y escuchar lo que a ellas les había ayudado. Por aquel entonces desconocía que hubiera que atravesar por diferentes etapas. Parkes, psiquiatra muy importante por sus investigaciones sobre el duelo, habla de distintas fases: al principio –dice- hay una fase de shock, luego otra fase de anhelo y búsqueda de la figura perdida, luego de desorganización y desesperanza, y finalmente otra de reorganización.
El doliente tiene, por tanto, como tarea el buscar un sentido y un significado a su pérdida, y esto es un camino difícil, individual y único. Yo atravesé por cada una de esas etapas.
Con el paso del tiempo, mi propio sufrimiento originó en mí un nuevo deseo y una fuerte motivación que me impulsaron a indagar y profundizar sobre todo lo que estuviera relacionado con el duelo. Durante años había leido una gran cantidad de artículos y libros que enseñaban sobre sus procesos, los diferentes tipos que existen, síntomas y trastornos del doliente, y participé en diferentes cursos sobre terapias de duelo y acompañamiento. Había puesto en marcha una emisora de radio online: Radio Energía Ibiza, en la que durante tres años se emitieron unos programas semanales llamados “Decir Adiós”. En ellos abordaba el duelo desde todos sus ángulos con la participación de expertos y contaba con testimonios de personas que habían sufrido pérdidas, con el objetivo principal de ofrecer herramientas y recursos que ayudaran a aquellos que atravesaban por este proceso.
Otras emisoras los difundieron, entre ellas Onda Paz, y tuvieron una muy buena acogida por parte de los oyentes. Paulatinamente surgió en mí un deseo apremiante de ayudar a aquellos, que como yo, habían sufrido alguna pérdida.
Consideré que estaba lo suficientemente preparada para poner en práctica la experiencia y la formación adquiridas y me propuse crear una Asociación de Ayuda al Duelo, ya que en Ibiza no había ninguna.Tras unos meses de búsqueda de un local, acondicionamiento del mismo, papeleo y preparativos varios, nació este hermoso proyecto que está próximo a cumplir los dos años.
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